lunes, 30 de noviembre de 2009

Despedida


Lo difícil, lo realmente arduo, no fue un día, simplemente, vaciar aquella familiar cómoda que durante años habíamos compartido. No fue intentar romper, con el golpe de tus ropas contra tu cuerpo, todos mis temores llevados ya a la materialidad. El mayor obstáculo no fue, a pesar de lo que tu pudieras cavilar en aquellos minutos eternos, camuflar toda la aflicción que sentía y disfrazar mis lágrimas con gritos de rencor. Dejar llevarse por las emociones, durante unos segundos, quizás minutos, es apenas como saltar una pequeña cerca. Lo verdaderamente duro, aquello que me asustó y aún me asusta, fue tener que despedirme de ti cada día. Buscar la manera de desprender de ese cajón tu olor, que no quiso fugarse junto a tus camisas ese día. Rastrear en cada rincón de la cama un ínfimo resquicio de calor y escuchar cada día las paredes de nuestra casa, porque quizás, sólo quizás, fueran capaces de explicarme por qué te quise tanto. Pero no he conseguido, cada atardecer sola en casa, sentir que ciertamente me he despedido de ti; tu fragancia sigue prendada de mi cajón, que ahora mantengo vacío para no verme obligada a volver a abrir; las sábanas son gélidas en comparación con lo que fueron un día; las paredes aún no son capaces de responder a mis preguntas, sólo son el reflejo de la añoranza de tu presencia en mí; y tú…tú sigues sin aparecer.

No fue culpa de ninguno, supongo. Mi error fue pretender tener algo que no podías darme. Nunca te recriminé por ello. Tu error fue y es buscar en otras lo que yo no pude darte. Espero que no me culpes.