domingo, 26 de junio de 2011

Te encontré


Ya hace tiempo que vengo sorteando lo que se presenta como una innegable realidad, batiéndome, cabezota, contra ella; como el niño que se enzarza en una batalla perdida contra el furioso mar y pretende frenar las olas.

Ha llegado un momento en el que lo más esperado del día es una llamada. Y que diga mi nombre, que lo repita, porque prometo que nunca nadie lo había hecho sonar tan bien.

Es curiosa la pérdida de los sentidos cuando eres consciente de ella. Aunque no quieras, aunque la esquives. Un día te darás cuenta de ello y querrás hacerte la sorprendida. Y una vez más me veo a mí misma como veía a aquel fiel amigo de orejas largas, que giraba la cabeza a la derecha buscando el origen del ruido burlón que al momento le desconcertaba por la izquierda. El mismo que pretendía rastrear en el aire el olor de la comida que mamá aún no había preparado. Y de igual manera he olido yo la noche de reyes una tarde de Junio, y un paseo por el Puerto de Santa María en uno de mis viajes a la biblioteca de esta tierra sin mar. Será ahora, tiempo carente de paseos a su lado, de descansos de quince minutos que sin quererlo duran horas, que empiece a evidenciarse preocupantemente este inminente extravío de los sentidos; que comience a disfrazarse su cara en todo nimio rostro de transeúnte que me cruce; que en todas las voces busque ese tímido acento que él pretende esconderme…será ahora cuando todo el azúcar que añado al té se presente amargo en comparación con un beso suyo.

Aún se atreve a decirme, no sé si siendo sincero, que piensa no le echaré de menos. Todavía no llega ni a intuir siquiera lo borracha que me tienen sus abrazos; el respingo de piel que infunde con una sola caricia, la pérdida de todo juicio que suscita su sonrisa o la carencia de importancia que adquiere el tiempo a su lado. No existe reloj, no tendría sentido.

De modo que aquí me encuentro a mí misma deambulando por el laberinto de recuerdos de lo que ha sido un año corto, muy corto, pero intenso, y detestando así la ridícula sonrisa que se estira con disimulo en este aniñado rostro cuando voy sola, recorriendo distintas calles, y pienso en él. En esas arrugas en los ojos al reír, en la cara de “niño del columpio”, la manía de girar el colgador de mi cuarto ( y es curioso, porque esto en especial lo añoraré extrañamente), un “Tai” que descubre una carcajada, las infatigables cosquillas que nunca quisieron encubrirse, las horas de secuestro, las caricias, una mirada entre simpática y pervertida, un monólogo que enmudece con un beso…un te quiero inesperado por primera vez…


No tienes ni idea de cómo me alegro que este destino burlón nos haya hecho encontrarnos.