sábado, 31 de diciembre de 2011
Leer el 2011
lunes, 22 de agosto de 2011
...
Se dedicará a observar, como cada día, las historias que rodean el vagón. El hombre amable, de ajado traje verde, antes chillón, ahora callado, con un bigote que, por extrañas razones, hace recordar al de un Grifón. Recogerá las botellas de vidrio que otros han tirado a la basura y, con suerte, disfrutará de otra comida mañana.
En la cabina nº14 probablemente esté Ana, que decora su soledad de negro en memoria al que fue su marido. Y ya son más de 16 años recogiendo el Sol con ese oscuro traje. Ella siempre saluda elevando el mentón hacia el cielo con un sutil movimiento, al tiempo que su sonrisa transmite compasión.
A su derecha está la joven de rizos negros azabache, y sonrisa blanca, que le recuerda a las piedras impecables de canto redondo que recogía en la playa y enfrascaba en cristal, para adornar el salón. Parece ese tipo de mujer que ilumina el mundo al bailar. Ella lee. En cantidades inverosímiles. Cada vez que la encuentra tiene un nuevo libro en las manos, y se sumerge en cada página completamente inconsciente de la presencia de alguien, que le habla, hasta un par de minutos después. Él se fija en que el tamaño de la pupila, carente de función, varía en estas ocasiones.
No muy lejos de ella, está el chico de pecas en las mejillas que la observa desde hace varios años. Innumerables veces ha recorrido el eterno camino hacia el asiento de ella para acabar desviándose, acobardado por el terminar rebelde de sus rizos, hacia el lavabo. Estudian lo mismo. Probablemente estén en la misma clase, pero ella no parece saberlo. Es probable que no sepa ni siquiera que él existe, pues poco llama su atención fuera de los mundos de Julio Verne u otros autores. Lamentablemente, esto seguirá siendo así a menos que el joven dé el paso. Ella no se fijará en sus pecas si no puede leer braille en ellas.
Podría pasarse la vida estudiando las historias de ese viejo tren. Los mochileros que van y vienen, y se indignan en diversos idiomas, los fumadores que se reúnen en los pasillos para dejar su fina estela de humo.
Se ha dado cuenta de que hace ya demasiado tiempo que no asoma toda su cabeza por la ventanilla, que no se ríe como antaño; de pronto ha percibido su vejez, y los años pesan más que nunca sobre su espalda.
Recuerda aquel vagón en un suave color sepia, y su traje y sombrero vuelven a ser elegantes. Tiene pelo en su cabeza, y el tren está en mucho mejores condiciones. Se detiene la maquinaria. Chirrían con escalofriante agudez las ruedas en los raíles. Es su parada, pero no se bajará aquí. Esperará hora y cincuenta minutos más y dejará pasar tres estaciones, con la única finalidad de respirarla.
De pronto vuelve a la realidad. Ya no le gusta nada que no sea ella, su perfume, su risa, los años en los que la veía...y ya han pasado de éstos desde que la inhaló por última vez.
Ahora mira al chico de las pecas, y se ve reflejado en él hace varias décadas. Está sentado, moviendo la pierna; es puro nervio lo que le provoca tan sólo mirar a la joven de los ojos en las manos.
Última parada. Todos se bajan. Ella siempre espera ser la última, no sabe que el joven irá detrás para protegerla. Él aguarda a que se levante para seguirla desde cerca, no es consciente de que ella lleva dos años aspirándolo en silencio.
sábado, 20 de agosto de 2011
(=
domingo, 14 de agosto de 2011
Mi última estación
domingo, 26 de junio de 2011
Te encontré
Ha llegado un momento en el que lo más esperado del día es una llamada. Y que diga mi nombre, que lo repita, porque prometo que nunca nadie lo había hecho sonar tan bien.
Es curiosa la pérdida de los sentidos cuando eres consciente de ella. Aunque no quieras, aunque la esquives. Un día te darás cuenta de ello y querrás hacerte la sorprendida. Y una vez más me veo a mí misma como veía a aquel fiel amigo de orejas largas, que giraba la cabeza a la derecha buscando el origen del ruido burlón que al momento le desconcertaba por la izquierda. El mismo que pretendía rastrear en el aire el olor de la comida que mamá aún no había preparado. Y de igual manera he olido yo la noche de reyes una tarde de Junio, y un paseo por el Puerto de Santa María en uno de mis viajes a la biblioteca de esta tierra sin mar. Será ahora, tiempo carente de paseos a su lado, de descansos de quince minutos que sin quererlo duran horas, que empiece a evidenciarse preocupantemente este inminente extravío de los sentidos; que comience a disfrazarse su cara en todo nimio rostro de transeúnte que me cruce; que en todas las voces busque ese tímido acento que él pretende esconderme…será ahora cuando todo el azúcar que añado al té se presente amargo en comparación con un beso suyo.
Aún se atreve a decirme, no sé si siendo sincero, que piensa no le echaré de menos. Todavía no llega ni a intuir siquiera lo borracha que me tienen sus abrazos; el respingo de piel que infunde con una sola caricia, la pérdida de todo juicio que suscita su sonrisa o la carencia de importancia que adquiere el tiempo a su lado. No existe reloj, no tendría sentido.
De modo que aquí me encuentro a mí misma deambulando por el laberinto de recuerdos de lo que ha sido un año corto, muy corto, pero intenso, y detestando así la ridícula sonrisa que se estira con disimulo en este aniñado rostro cuando voy sola, recorriendo distintas calles, y pienso en él. En esas arrugas en los ojos al reír, en la cara de “niño del columpio”, la manía de girar el colgador de mi cuarto ( y es curioso, porque esto en especial lo añoraré extrañamente), un “Tai” que descubre una carcajada, las infatigables cosquillas que nunca quisieron encubrirse, las horas de secuestro, las caricias, una mirada entre simpática y pervertida, un monólogo que enmudece con un beso…un te quiero inesperado por primera vez…
No tienes ni idea de cómo me alegro que este destino burlón nos haya hecho encontrarnos.
martes, 1 de marzo de 2011
La danza de las manos
martes, 4 de enero de 2011
Tuve que huir
Papá ha intentado demasiadas veces arreglar el chirrido de la puerta de este armario, todas y cada una de ellas en vano. A pesar de su persistencia la madera se resiste a dejar de cantar lo que se asemeja, al menos para mí, a un áfono interrogante de una pregunta que jamás nadie pudo contestar…de una cuestión que aún hoy proseguimos haciéndonos todos. Y es la primera vez que el desafío ofrecido por ese estremecedor sonido, no consigue erizar el bello de mis brazos. Te asombrará también saber, Viti, que he logrado subirme a la inestable escalera roja; sigue moviéndose, pero hoy no son aquellos duendes juguetones, que un día juraste ver, los que la zarandean…ellos han desaparecido junto a ti, junto a nuestra inocencia, y han dejado paso a la simple ausencia de la tapa posterior izquierda, contigua al primer peldaño. Se camufla en el fondo de un olvidado estante, polvoriento e inalcanzable, una caja azul; tan intenso, que parece increíble pasara desapercibida antes. Sospecho contendrá esa añoranza que una vez lastimó tanto, el corazón está cansado…y la amargura sigue sin aliviarse. Y en efecto, allí están aquellos juguetes con los que soñaste ser Peter Pan, con los que convertías la casa en el submarino de Julio Verne, aquellos que papá escondió, llegado el momento, para ayudarnos a crecer... para ayudarnos a crecer. Huelen a ti. Exhalo una vez más la fragancia de la alegría, el perfume de tu felicidad. No me acostumbro a ser la hermana mayor. Y es ahora cuando, lo no alcanzado por la chirriante madera, es conseguido por tus recuerdos…estremezco de nuevo; es una curiosa manera de volver a sentir que sigo viva. No eres consciente de cuánto amor te has llevado. Mamá y Papá no son los mismos desde que no estás. “Elisa” ya no suena en el piano…y sospecho que mamá no conserva la partitura. El papel de las paredes es más gris que nunca, y la brisa que entra por las ventanas no logra arrastrar esta pesadumbre con ella. Ojalá pudieras volver…si supieras cuántas veces al despertar he rogado que todo fuese una amarga y execrable pesadilla…tuve que huir Viti. Tuve que escapar de esta continua aflicción. Maldita sea, llevo tanto tiempo evitando lo inapelable, parece que jamás cicatrice la herida. Y ni siquiera recuerdo el olor de la lluvia en el jardín, el orden de los cubiertos en el cajón…o la sonrisa de papá cuando abrazaba a mamá. Las paredes esperan ansiosas otro resquicio del júbilo que tu pintabas en sus días, y que saben no volverán a advertir. Es curioso…tú te has ido, pero los verdaderos fantasmas nos quedamos en esta casa.