sábado, 31 de diciembre de 2011

Leer el 2011

Existe una lista, un pedazo de papel tan sólo, un muro de deseos y predicciones que se colocan como piedras, que consolidan el transcurso de un año. Se guarda en el olvido durante todos esos meses, se percibe descuidado y, por lo general, pasada inadvertido. Permanece plegado, y como única señal para reconocerlo lleva escrito el año del que, en su interior, profetiza.

            Familiares, amigos, conocidos, mascotas…unos van, otros llegan. Todo cambia y nada lo hace realmente al mismo tiempo. Cortas tu cabello, renuevas tu ropa, te mudas, lloras, ríes, te enamoras, olvidas, creces, y al final del camino, observas que apenas has avanzado.

            De modo que tras tan sólo un año, desdoblas aquel trozo de papel y lo lees, y todo se esfuma entre tus dedos y ante tus ojos. Parece imposible contar los días desde la última vez que lo tuviste entre tus manos y ver lo lejano que queda aquello. Observas como las rocas más firmes a veces se quiebran, y son sustituidas por otras que nunca creíste pudieran hacerlo.

            ¿Algo que resaltar? Un adiós para siempre. Un viaje inolvidable. Unas/os amigas/os que nunca fallan. Y alguien al que nunca pensé pudiera querer así.

            ¿Y el año que viene…? Leer un 2012.

lunes, 22 de agosto de 2011

...

Camina solo, salvo por la compañía de su delgada sombra en el pasillo, cosida a sus pies y terminada en un característico sombrero, antaño elegante. Al menos esta vez ha llegado a tiempo para sentarse en la cabina, en uno de los asientos cuya manta de naranja polvo se deja entrever gracias al infatigable Sol, que convierte aquel espacio en el porche de una casa de alguna película del Oeste, deslumbrando y volviéndolo todo amarillo, ocre, marrón o rojizo.

Se dedicará a observar, como cada día, las historias que rodean el vagón. El hombre amable, de ajado traje verde, antes chillón, ahora callado, con un bigote que, por extrañas razones, hace recordar al de un Grifón. Recogerá las botellas de vidrio que otros han tirado a la basura y, con suerte, disfrutará de otra comida mañana.

En la cabina nº14 probablemente esté Ana, que decora su soledad de negro en memoria al que fue su marido. Y ya son más de 16 años recogiendo el Sol con ese oscuro traje. Ella siempre saluda elevando el mentón hacia el cielo con un sutil movimiento, al tiempo que su sonrisa transmite compasión.

A su derecha está la joven de rizos negros azabache, y sonrisa blanca, que le recuerda a las piedras impecables de canto redondo que recogía en la playa y enfrascaba en cristal, para adornar el salón. Parece ese tipo de mujer que ilumina el mundo al bailar. Ella lee. En cantidades inverosímiles. Cada vez que la encuentra tiene un nuevo libro en las manos, y se sumerge en cada página completamente inconsciente de la presencia de alguien, que le habla, hasta un par de minutos después. Él se fija en que el tamaño de la pupila, carente de función, varía en estas ocasiones.

No muy lejos de ella, está el chico de pecas en las mejillas que la observa desde hace varios años. Innumerables veces ha recorrido el eterno camino hacia el asiento de ella para acabar desviándose, acobardado por el terminar rebelde de sus rizos, hacia el lavabo. Estudian lo mismo. Probablemente estén en la misma clase, pero ella no parece saberlo. Es probable que no sepa ni siquiera que él existe, pues poco llama su atención fuera de los mundos de Julio Verne u otros autores. Lamentablemente, esto seguirá siendo así a menos que el joven dé el paso. Ella no se fijará en sus pecas si no puede leer braille en ellas.

Podría pasarse la vida estudiando las historias de ese viejo tren. Los mochileros que van y vienen, y se indignan en diversos idiomas, los fumadores que se reúnen en los pasillos para dejar su fina estela de humo.

Se ha dado cuenta de que hace ya demasiado tiempo que no asoma toda su cabeza por la ventanilla, que no se ríe como antaño; de pronto ha percibido su vejez, y los años pesan más que nunca sobre su espalda.

Recuerda aquel vagón en un suave color sepia, y su traje y sombrero vuelven a ser elegantes. Tiene pelo en su cabeza, y el tren está en mucho mejores condiciones. Se detiene la maquinaria. Chirrían con escalofriante agudez las ruedas en los raíles. Es su parada, pero no se bajará aquí. Esperará hora y cincuenta minutos más y dejará pasar tres estaciones, con la única finalidad de respirarla.

De pronto vuelve a la realidad. Ya no le gusta nada que no sea ella, su perfume, su risa, los años en los que la veía...y ya han pasado de éstos desde que la inhaló por última vez.

Ahora mira al chico de las pecas, y se ve reflejado en él hace varias décadas. Está sentado, moviendo la pierna; es puro nervio lo que le provoca tan sólo mirar a la joven de los ojos en las manos.

Última parada. Todos se bajan. Ella siempre espera ser la última, no sabe que el joven irá detrás para protegerla. Él aguarda a que se levante para seguirla desde cerca, no es consciente de que ella lleva dos años aspirándolo en silencio.

sábado, 20 de agosto de 2011

(=

Hurgo en un mar de palabras, y sólo encuentro sal y espuma para expresar lo que hoy siento por ti.

domingo, 14 de agosto de 2011

Mi última estación

Todos fueron absoluta y completamente necesarios. Ahora lo sé. Cada error, cada movimiento en falso, cada una de las piedras que intentamos en vano sortear, y con la que se tropezó el hilo que juntos trazábamos, para separarse en dos hebras, que sonreirían a distintos porvenires.

He caído en la cuenta, quizás más tarde de lo que debería, de que no hubo ni uno de todos ellos prescindible.

Entonces lloré, a pesar de haberle prometido a todos mis fragmentos de conciencia no hacerlo, y grité en susurros al aire, furiosa con todo aquello que nos unió para posteriormente jugar a distanciarnos. Creí no iba a encontrar nunca a alguien a quien querer como a ti, a quien volver a sonreír por la mañana. Concebí imposible un futuro sin tus caricias, por todas esas casualidades que parecían estar escritas para enlazar nuestras vidas, por todos aquellos sucesos, momentos, segundos eternos y a la vez tan efímeros, que no podían sino formar parte del plan existente para nosotros.

Erré. Fatídicamente, y de nuevo; estaba equivocada. Soy consciente ahora de que eres una estación en la que mi tren hubo de parar antes de continuar su camino, y de que cada fallo fue cometido para no repetirlo en el destino final de este viaje.

Espero seas capaz de verlo de la misma forma, y poder decir como yo que recuerdas con cariño esa etapa de tu vida, que no tienes sino un dulce sentimiento de amistad, y que sonríes gratamente cuando te preguntan por mí.

Quería agradecerte el abrazo que me ofreció tu parada, pues ahora he de continuar el sendero que traza la férrea vía del sino, dejando la huella de mi vagón, que espero sepas cómo conservar.

Quizás no tenga tanta suerte de estar en mi última estación, tal vez queden muchas aún. Pero puedo afirmar que es un espacio cálido y agradable, y que hace cómoda y feliz mi estancia en ella. Procuro día a día no cometer los mismos errores que vi escapar entre mis manos contigo, aprender a rematar los bordes descosidos que el tiempo y la distancia acostumbraron dejar a la vista, a abrazar la confianza y alejar todos los miedos que nos dejaron ciegos, sordos y mudos en nuestra experiencia. Estoy aprendiendo a querer de verdad, a darlo todosin esperar siquiera una sonrisa, un delta de arrugas en el vértice de unos ojos. Estoy aprendiendo a aprender. Es a lo que muchos pretenden referirse como madurez, o crecer a partir de los errores. Es lo que yo bautizo como avanzar en la vía de la vida.

domingo, 26 de junio de 2011

Te encontré


Ya hace tiempo que vengo sorteando lo que se presenta como una innegable realidad, batiéndome, cabezota, contra ella; como el niño que se enzarza en una batalla perdida contra el furioso mar y pretende frenar las olas.

Ha llegado un momento en el que lo más esperado del día es una llamada. Y que diga mi nombre, que lo repita, porque prometo que nunca nadie lo había hecho sonar tan bien.

Es curiosa la pérdida de los sentidos cuando eres consciente de ella. Aunque no quieras, aunque la esquives. Un día te darás cuenta de ello y querrás hacerte la sorprendida. Y una vez más me veo a mí misma como veía a aquel fiel amigo de orejas largas, que giraba la cabeza a la derecha buscando el origen del ruido burlón que al momento le desconcertaba por la izquierda. El mismo que pretendía rastrear en el aire el olor de la comida que mamá aún no había preparado. Y de igual manera he olido yo la noche de reyes una tarde de Junio, y un paseo por el Puerto de Santa María en uno de mis viajes a la biblioteca de esta tierra sin mar. Será ahora, tiempo carente de paseos a su lado, de descansos de quince minutos que sin quererlo duran horas, que empiece a evidenciarse preocupantemente este inminente extravío de los sentidos; que comience a disfrazarse su cara en todo nimio rostro de transeúnte que me cruce; que en todas las voces busque ese tímido acento que él pretende esconderme…será ahora cuando todo el azúcar que añado al té se presente amargo en comparación con un beso suyo.

Aún se atreve a decirme, no sé si siendo sincero, que piensa no le echaré de menos. Todavía no llega ni a intuir siquiera lo borracha que me tienen sus abrazos; el respingo de piel que infunde con una sola caricia, la pérdida de todo juicio que suscita su sonrisa o la carencia de importancia que adquiere el tiempo a su lado. No existe reloj, no tendría sentido.

De modo que aquí me encuentro a mí misma deambulando por el laberinto de recuerdos de lo que ha sido un año corto, muy corto, pero intenso, y detestando así la ridícula sonrisa que se estira con disimulo en este aniñado rostro cuando voy sola, recorriendo distintas calles, y pienso en él. En esas arrugas en los ojos al reír, en la cara de “niño del columpio”, la manía de girar el colgador de mi cuarto ( y es curioso, porque esto en especial lo añoraré extrañamente), un “Tai” que descubre una carcajada, las infatigables cosquillas que nunca quisieron encubrirse, las horas de secuestro, las caricias, una mirada entre simpática y pervertida, un monólogo que enmudece con un beso…un te quiero inesperado por primera vez…


No tienes ni idea de cómo me alegro que este destino burlón nos haya hecho encontrarnos.

martes, 1 de marzo de 2011

La danza de las manos


Ya ha comenzado a mover las manos. Me habla parsimoniosamente al oído izquierdo, porque quiere que escuche cada una de sus palabras, pero sólo oigo la melodía que entona. Y continúa ese gracioso baile con la mano izquierda, ingenuo, gira la muñeca una y otra vez…está nerviosa, y esa es su teatrera forma de expresarse. Dedos de pianista que van y vuelven, de su pecho al aire, del aire a recoger su pelo, detrás de la oreja para acabar en su cuello, allá donde hace unos días la besaba. Parece dirigiera una pequeña orquesta, y sus ínfimas manos manejan una batuta invisible. Ese baile siempre me ha perdido, tan cadencioso, tan apacible y dócil, enreda y desenreda sus dedos en el aire, y hasta él se postra ante esta danza. Sino la conociese tanto pensaría que me provoca espantando sus negras melenas del rostro, que ahora parece el de una niña que nunca ha roto un plato. Estoy esperando que me descoloque con alguna de sus sentencias, revelará todo lo que piensa con algún aforismo que no venga al caso, me reiré, porque siempre se me hace inevitable, para luego reflexionar durante días la razón de su dictamen. Cierta vez, recuerdo, afirmó que “la vida le cansaba”. –No, me dijo, no pienses que estoy cansada de la vida…quiero decir que la mejor vida, es la que te cansa…el mundo está loco- afirmó meneando la cabeza, y su lisa melena negra la acompañaba con gracia- las apariencias engañan…pero la cara es el espejo del alma, no es oro todo lo que reluce, lloramos de risa, la comida más rica es la que más engorda y la mejor vida cansa…jugar con mi perro me cansa, que me hagan cosquillas me cansa, salir de fiesta me cansa, hacer el amor me cansa…pasear contigo me cansa….probablemente cuando me veas cansada es porque he tenido un buen día…- ha vuelto a sacarme una sonrisa, pensé, y ahora me resulta imposible hacer algo grato sin meditar si acaso me cansa.
La conocí, maldito el día, dejándola, por hábito de esta cansina sociedad, pasar delante de mí en un bar, y con esa pícara sonrisa que acostumbra a pintar de carmín, por el simple hecho de desafiar a los desconocidos, observó –No será que quieres mirarme el culo, ¿verdad?.
Sus ojos brillaban de alcohol el día que afirmó no estar borracha, sino ebria de poder. Una tarde, se quedó mirando fijamente al videoclub, garantizándome que no le haría falta ir hacia él, sino que lo atraería para ahorrarse la caminata
-Creo que no funciona, debe ser que no estoy suficientemente concentrada hoy.
Y si no había una película buena en el cine –Bueno, decía, vamos a ver una mala y te meto mano-. Siempre sonreía, porque a mal tiempo buena cara. Pero cuando estaba nerviosa…se le hacía inevitable bailar con la mano, en sucinto tiempo comenzaría a rascarse la espalda. Acertando cada uno de sus movimientos, esperaba allí de pié, con su voz metida por mi oído, aquella aplastante condena con la que pondría fin a la conversación. Vamos princesa, di algo absurdo que me descoloque. No lograría ver una lágrima asomarse, ni siquiera de paso, porque siempre fue demasiado orgullosa para admitir que algo le dolía.-Nunca me ha hecho demasiada gracia la gente de Bilbao-dijo, por fin-se enfadan si dices “Bilbado”, aunque sea borracha, y son un tanto brutos-ha dejado de mover la mano, está más tranquila, y se la intento coger para que entienda que aún sigo aquí, esperando que continúe lo absurdo de su monólogo, porque sé que llegará a tener algún sentido- pero en esta vida todo da vueltas y vueltas, y es como una de esas peonzas que en un momento dado ya no sabes si gira a derecha o izquierda, y termino haciéndome amiga íntima, estrechando lazos que nunca pensé pudiera tener con alguien, con una chica de Bilbao, y toda la gente que la rodea resulta ser adorable.- Esta vez soy yo el que le recoge el pelo detrás de la oreja y, sin ánimo de parecer insensible, le ruego que vaya al grano.- Unamuno-explica- es de allí. Y me ha venido a la mente una reflexión del mismo: “aunque lo creamos por autoridad, no sabemos tener corazón, estómago o pulmones mientras no nos duelen, oprimen o angustian. Es el dolor físico, o siquiera la molestia, lo que nos revela la existencia de nuestras propias entrañas. Y así ocurre también con el dolor espiritual, con la angustia, pues no nos damos cuenta de tener alma hasta que ésta nos duele”…y creo que este encogimiento de pecho que me comprime, es la consciencia de tener alma que tú me causas.
- Ojala, pequeña, pudiera acceder a tu cabeza.

martes, 4 de enero de 2011

Tuve que huir


Papá ha intentado demasiadas veces arreglar el chirrido de la puerta de este armario, todas y cada una de ellas en vano. A pesar de su persistencia la madera se resiste a dejar de cantar lo que se asemeja, al menos para mí, a un áfono interrogante de una pregunta que jamás nadie pudo contestar…de una cuestión que aún hoy proseguimos haciéndonos todos. Y es la primera vez que el desafío ofrecido por ese estremecedor sonido, no consigue erizar el bello de mis brazos. Te asombrará también saber, Viti, que he logrado subirme a la inestable escalera roja; sigue moviéndose, pero hoy no son aquellos duendes juguetones, que un día juraste ver, los que la zarandean…ellos han desaparecido junto a ti, junto a nuestra inocencia, y han dejado paso a la simple ausencia de la tapa posterior izquierda, contigua al primer peldaño. Se camufla en el fondo de un olvidado estante, polvoriento e inalcanzable, una caja azul; tan intenso, que parece increíble pasara desapercibida antes. Sospecho contendrá esa añoranza que una vez lastimó tanto, el corazón está cansado…y la amargura sigue sin aliviarse. Y en efecto, allí están aquellos juguetes con los que soñaste ser Peter Pan, con los que convertías la casa en el submarino de Julio Verne, aquellos que papá escondió, llegado el momento, para ayudarnos a crecer... para ayudarnos a crecer. Huelen a ti. Exhalo una vez más la fragancia de la alegría, el perfume de tu felicidad. No me acostumbro a ser la hermana mayor. Y es ahora cuando, lo no alcanzado por la chirriante madera, es conseguido por tus recuerdos…estremezco de nuevo; es una curiosa manera de volver a sentir que sigo viva. No eres consciente de cuánto amor te has llevado. Mamá y Papá no son los mismos desde que no estás. “Elisa” ya no suena en el piano…y sospecho que mamá no conserva la partitura. El papel de las paredes es más gris que nunca, y la brisa que entra por las ventanas no logra arrastrar esta pesadumbre con ella. Ojalá pudieras volver…si supieras cuántas veces al despertar he rogado que todo fuese una amarga y execrable pesadilla…tuve que huir Viti. Tuve que escapar de esta continua aflicción. Maldita sea, llevo tanto tiempo evitando lo inapelable, parece que jamás cicatrice la herida. Y ni siquiera recuerdo el olor de la lluvia en el jardín, el orden de los cubiertos en el cajón…o la sonrisa de papá cuando abrazaba a mamá. Las paredes esperan ansiosas otro resquicio del júbilo que tu pintabas en sus días, y que saben no volverán a advertir. Es curioso…tú te has ido, pero los verdaderos fantasmas nos quedamos en esta casa.